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Crónicas de mis 27 años.

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A vísperas de mi cumpleaños número 27, he aceptado y comprendido todos los sucesos buenos y malos que la vida me ha presentado. He conocido la verdadera felicidad y he caído a lo más profundo de la tristeza, me he quebrado, pero hoy querido  lector, me encuentro entera; porque ¿qué seria la vida sin sus enigmáticos claroscuros?  los cuales nos llenan de sabiduría y experiencias. Nací en el año 1991, más específicamente, un 22 de agosto. El momento de mi llegada a este mundo fue angustioso para mis papás ya que presenté un peso sumamente bajo aunado a una anemia que según palabras de mi pediatra "era poco probable" que yo llegara a sobrevivir, pero contra tal pronostico médico, sobreviví. La fe y el deseo que tuvo mi mamá para tener a su Fernandita, la más pequeña de sus hijos hicieron que cada día y cada noche que ella dedicaba a cuidarme, se convirtieran en el milagro de mi vida. Fue por lo anterior, que en el momento que estuve estable de salud, mi mamá me llevó a la c

La graduación.

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La historia del uso de la toga y birrete, se remonta a la Antigua Roma, en donde tal vestimenta, era utilizada como símbolo de rango entre los ciudadanos de la República; con el andar de los siglos, fue en la Universidad de Toulouse, en Francia, donde por primera vez se portó la toga como emblema de reconocimiento y grado de estudio; estos elementos, los utiliza el graduando en representación de haber alcanzado cierto grado académico. El pasado 02 de marzo, 6 egresados de la Facultad de Derecho, tuvimos el honor de usar la toga, el birrete  y una elegante estola dorada para tan importante acto académico Mi primera graduación fue a los 5 años, como evento de fin de cursos mis compañeritos y yo, hicimos una actuación sublime en la obra de teatro "El lobo feroz", yo fui la estrella del espectaculo (o al menos eso me había dicho mi orgullosa madre). De la graduación de primaria tengo el vago recuerdo de mi mamá regañarme en el carro por haberme lanzado junto con mis a

Carta de una ex estudiante de derecho.

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Era el año 2012, específicamente, un 23 de octubre; el auditorio "Dr. Raúl Cervantes Ahumada" de la Facultad de Derecho lucía abarrotado. Anakaren, Paola y yo llegamos temprano para lograr sentarnos en la primera fila y presencia la Magistral conferencia del Dr. Miguel Carbonell, reconocido Investigador y catedrático de la UNAM. Aquel día, él presentó ante futuros abogados su libro: " Cartas a un estudiante de derecho" ,  el cual narraba su experiencia como estudiante universitario, el ¿cómo? debía de ser un abogado ante cuestiones éticas, consejos para aprender a interpretar la ley y argumentar, sobre la democracia, entre otros temas. 10 meses después de haber visto a mi "ídolo jurídico",  me encontraba en una cama de hospital, ante la incógnita de no saber si me quedaba poco o mucho tiempo de vida. Hoy, a 6 años y medio de haber empezado la carrera de derecho, y a 4 años de haber enfermado, me encuentro frente a usted querido lector, con mi licenciatura

Todo pasa.

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Estaba feliz porque ya no iban a entrar enfermeras por la noche a mi cuarto a ver como me encontraba, estaba muy feliz porque mi mamá  ya no iba a dormir en un sillón, también lo estaba porque por fin se habían terminado los largos y dolorosos estudios. Recuerdo que el 20 de diciembre, día en el que me dieron del hospital, mis papás quisieron pasar a la Iglesia de San Charbel a agradecer por mi vida, después mi papá tomó carretera rumbo a Parral y venía platicando lo bonita que era mi sobrinita; una de las razones por las cuales más felicidad sentí de salir del hospital fue que después de 4 meses iba a tener a mi sobrina Elisa más tiempo conmigo, y como casi no tenía fuerza, me la ponían en mis brazos. Con Elisa, mi sobrinita. Dicha felicidad me duró escasos 15 días; en ese lapso de tiempo vi a mis amigas y yo no me sentía igual que ellas, y ciertamente no era igual. Poco a poco fui comprendiendo el desgaste físico que Wilson hizo en mi cuerpo. Durante  meses me encerré a llora

Fernanda ¿sin Wilson?

Con aprecio, fuerza y gratitud a la Dra. Gloria Gonzalez Investigadora de la Universidad de Navarra (España) Supongo que eran las 10:00 p.m., a decir verdad, no lo recuerdo. Mi neurólogo iba cada noche a pasar visita a sus pacientes alrededor de la hora antes citada. Por lo general, la visita de familiares y amigos terminaba a las 7:00p.m; esa regla aplicaba para todo paciente, excepto para mi, quien había logrado robarle el corazón  a la supervisora del hospital y permitía que mis amigos se fueran hasta tarde de mi habitación. Una noche, entró el Dr. Bazaldua a mi cuarto, y todos salieron, todos excepto mi mamá, se paró enseguida de mi cama y me dijo: hemos encontrado su diagnostico, tiene la enfermedad de Wilson y yo seré su médico toda la vida, ya que su enfermedad es incurable. Después de cuatro meses de presunciones equivocas, fui diagnosticada con la enfermedad de Wilson. Me tuvieron días consumiendo arroz blanco y agua,  ya que casi todos los alimentos conten

26.

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Aquel 22 de agosto del 2013 había comenzado de una forma inusual. Eran las 9:00 a.m. y me encontraba en clase de teoría del delito con el Lic. Rivera Soto, recibí un mensaje de mi sobrina Fabiola: Fernanda, nos acaban de cortar el agua, no alcancé a bañarme.   Mi sobrina y yo vivíamos en un departamento en la col. San Felipe, a 6 cuadras de la Facultad de Derecho, en donde ambas estudiábamos. Cada mañana nos íbamos en su carro a la Universidad, pero ese día ella se quedó dormida, así que yo me fui caminando. Le contesté a Fabi: Ven por mi  para ir a pagar.     Tenía un par de semanas con dificultad y dolor al caminar, hecho al cual yo le acredité una nula importancia. Por la noche  Woody (apodo de mi amigo Jorge) llegó a mi departamento, se sentó a ver la televisión mientras yo me arreglaba; a las 9:00 p.m. llegó una amiga por nosotros, pasamos por Marlene para finalmente llegar a  "La cantinita" . Dicho lugar, era un pequeño restaurante, el cual se caracterizaba porque toca

¿Un milagro?

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Los últimos 4 años de mi vida, he sentido más dolor de lo que yo hubiera imaginado soportar;  y no, no me refiero a un dolor físico, ya que ese, he comprendido que es algo pasajero. Me refiero al dolor que siento cada vez que lloro y grito, del ¿por qué Dios me eligió a mi para pasar todo esto? Para mí, el dolor es la impotencia, el enojo o la tristeza de no entender la decisión de Dios de mandarme esta prueba tan difícil, esa prueba, a la que hay días que quiero renunciar. Querido lector, hace poco vi una película llamada Lorenzo's oil (un milagro para Lorenzo), en la que narra la historia de un niño de 4 años (Lorenzo) que es diagnosticado con una rara enfermedad neurológica incurable, que poco a poco lo va consumiendo, mientras sus papás luchan por la curación de su hijo, por un milagro. Ver esa película, hizo hacerme la siguiente cuestión: ¿acaso que yo este viva, es un milagro? Al nacer, mi pediatra le dijo a mi mamá que era poco probable que yo durara más de un mes.